Primero soy mujer

Renacer de la mano de Jonás fue duro y, sin embargo, gracias a su llegada, el miedo que antes me paralizaba es ahora el miedo que me impulsa a hacer todo lo que se me hinche el ovario izquierdo, del cual salió el óvulo listo para ser fecundado por el espermatozoide ganador de Chivo en abril de 2017.

Mi discurso de no querer ser madre y de lo agridulce que fue el saber que iba a tener un hijo ha cambiado por completo (a ver, es cierto que la pasé del diablo los primeros tres meses: me quise tirar de una ventana, agredí a mi esposo con una botella de cerveza y me pasé los días llorando segura de que no iba a lograrlo, hasta que en la semana 11 un milagro atravesó mi cueva y dejó que entrara la luz). A lo que voy con todo esto es que a veces las cosas pasan porque nuestro inconsciente las pide a gritos: jamás habría trascendido ni madurado, ni visto la vida desde un lugar más alto y diáfano si Jonás no se hubiera materializado. Yo sí lo deseaba, yo sí estaba buscándolo aunque en ese momento, a mis ojos, me repateara la idea. Puta madre, pienso, tengo un hijo. ¿Qué tan cabrón es eso? A veces me cuesta trabajo creerlo porque me he descubierto tan yo, tan natural, tan mamá de un niño –mi niño–, que me burlo de la histeria que se apoderó de mi juicio en las primeras semanas de gestación. Y es que, es cierto: la dicha se encuentra atravesando el terror.

Así que cuando sientas que tus piernas tiemblan, déjalas temblar: porque es en ese estertor, en ese no saber por qué, ni cómo, ni cuándo –en ese “¿qué está pasando aquí?”– que se manifiestan los deseos más ocultos. Déjate cimbrar. Si te abandonas a eso que tanto temes, te darás cuenta de que puedes ser madre agua y mujer fuego: que dentro de ti hay una bestia y un cordero, que eres reflejo y espejo, paz y revolución. Ser madre es ser antes mujer, es no dejar de serlo. Si te encargas de ti primero, si te cuidas y te procuras a ti primero, lo demás fluirá, naturalmente, desde ese núcleo luminoso que antes ignorabas –al cual, incluso, le huías– y que pronto reconocerás como tu fuente más grande de amor propio.